Por Thomas Müller

Las últimas décadas del largo siglo XIX suelen asociarse, y no sólo en relación con el ámbito científico, a las ideas de modernización y de prestigio creciente de la ciencia. Desde un punto de vista general, el progreso científico en este período histórico presenta una claro predominio en el campo de las ciencias naturales. Según una impresión espontánea y poco informada no cabría imaginar la posibilidad de apariciones de espíritus y fantasmas en la Centroeuropa fin-de-siècle, y aún menos que estas pudiesen constituir un tema de conversación entre científicos. Y sin embargo, como sabemos, lo que podemos encontrar es precisamente lo contrario. La investigación especializada pone de relieve que precisamente en el siglo XIX, como ha demostrado Sawicki, en todas las capas sociales estaba presente la creencia en un mundo de espíritus, así como en las múltiples posibilidades de ponerse en relación con este mundo de espíritus y fantasmas, o de lo suprasensible, e incluso de interpretarlo y enseñorearse de él. Precisamente desde la mitad del siglo XIX las denominadas «sesiones espiritistas» acreditan su presencia de manera acentuada, ya sea con la colaboración de los llamados médiums, a través de los cuales se entra en contacto con los muertos, o mediante la hipnosis, que permite también superar la distancia en el espacio. Por otro lado, la fe en el progreso, fuertemente arraigada en las ciencias naturales, apenas va a verse afectada en el campo científico.

Apenas hace falta advertir que existen relatos más antiguos acerca de fenómenos paranormales, suprasensibles etc, «inexplicables» en el contexto de la época. El magnetismo animal, el hipnotismo y el espiritismo no representan el inicio de esta historia, ni siquiera si limitamos el marco de estudio al siglo XIX. En este campo habría que referirse a trabajos tan fundamentales como los de Justinus Kerner (1786-1862). Y desde luego esos fenómenos han continuado a lo largo del siglo XX, en el que escritores como Thomas Mann se aproximaron a ese tema o se dejaron hipnotizar, tema éste que desborda elmarco cronológico de este artículo.

El presente trabajo está centrado en los años del siglo XIX que siguieron al fastigio del mesmerismo en su primera mitad y al fenómeno de las mesas giratorias, en boca de todo el mundo en la mitad del siglo, y especialmente en la medicina de esos años. En el contexto médico el fenómeno de las apariciones se sitúa en el entorno de los especialistas en trastornos psíquicos, neuropatólogos, neurólogos y psiquiatras o de los doctores, que se ven obligados a confrontarse con esta cuestión, o más exactamente, que se apoderan de todas las cuestiones que rodean las definiciones de «normal» y «morboso».

La medicina científica de finales del siglo XIX se caracterizó, por una parte, por la pretensión de ser la única referencia frente a cualquier cuestión de índole médica, es decir, frente a toda cuestión relativa a la salud y la enfermedad. En el ámbito de la psicoterapia dinámica esta etapa ha sido considerada como una fase de transición entre una época precientífica y otra científica, basada en la descripción positivista y el experimento. Fluidos y fuerzas ocultas, hipótesis mesméricas, serían puestas en duda por parte de la medicina académica y finalmente desterradas. Sin embargo esta evolución fue bastante más compleja, y la influencia de frondosos factores sociales y culturales en ella es difícil de interpretar incluso hoy. Se produjeron conflictos entre instituciones, incluidas las médicas; médicos y legos no siempre se situaron en campos opuestos. La «Asociación de magnetópatas alemanes», o la «Liga de mesmeristas alemanes», por ejemplo, contaban con miembros médicos y no médicos, y desde luego existió un «mesmerismo científico». Entre otras cosas los partidarios de estas doctrinas intentaron defenderse frente a las reclamaciones de los médicos al Reichstag en demanda de la derogación de la «libertad de cura». Algunos de los polemistas, como Wilhelm Wundt, introdujeron aspectos éticos, calificando llanamente de «antiética» la relación entre magnetizador y magnetizado.

Esta etapa presenció, por una parte, el intento de excluir de forma agresiva a todos los legos de los ámbitos de trabajo relacionados con la medicina. Esto es algo que puede verse de la manera más clara en la historia del psicoanálisis, así como en la de la hipnosis. Por otra parte, el campo de operaciones, supuestamente bien delimitado, de la psiquiatría, se amplió de forma muy notable en torno al cambio de siglo. Por dichas razones se le reclamó que estableciera normas para la salud y la enfermedad psíquicas, así como para explicar y juzgar de manera definitiva los fenómenos que pudieran ser objeto de una interpretación supersticiosa. Pero estos fenómenos pertenecían también a un campo no menos extenso, el de la religión, que se ocupaba de las llamadas apariciones, y con ello caían bajo la jurisdicción de las iglesias, entendidas como instituciones socialmente legitimadas en este dominio.
La intervención científica en este tipo de casos estaba asociada de manera natural a la pretensión de influir en fenómenos sociales y modelarlos, en nombre del bien de la sociedad y con la colaboración de los correspondientes funcionarios.
La intervención de la medicina estaba ligada de manera implícita a una promesa, y una actitud más o menos positivista de fe en el progreso de sus actores sugería al mundo profesional, así como a la opinión pública, la capacidad de control sobre los fenómenos «fantasmales», irritantes, angustiosos y a veces molestos desde el punto de vista político y del orden público. Quienes esto pretendían se comportaron, pues, como los expertos médicos lo hicieron desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, manifestándose sobre el carácter morboso del «espíritu revolucionario», por poner un ejemplo tomado de otra época relativo a un fenómeno de similar impacto social.
Si se orienta la mirada hacia el contexto médico del final del siglo XIX, el hallazgo de un gran número de informes muy diferentes acerca de las llamadas apariciones de espíritus muestra una peculiaridad: el enorme temor, entre otros de los psiquiatras, ante la idea de conceder un espacio al fenómeno de los espíritus y los fantasmas. ¿Cómo hay que entenderlo? La hipótesis que desarrollaré viene ilustrada por dos ejemplos.

Los psiquiatras exigieron que se reconociera su carácter de expertos, tanto en el campo de la ciencia como por el conjunto de la sociedad, en los debates sobre las definiciones de «normal» y «sano», sobre la observación de lo real y sobre las comprensiones erróneas de la realidad. Sin embargo, en los manuales de eminentes psiquiatras de finales del siglo XIX echamos en falta menciones al fenómeno de los fantasmas y espíritus.
Así ocurre, por ejemplo, con la Psychiatrie für Ärzte und Studirende (Leipzig, 1902), de Theodor Ziehen, las Leitfaden der Psychiatrie für Studirende der Medizin (Stuttgart, 1902) de Emanuel Mendel, y también con el Lehrbuch der Gerichtlichen Psychopatologie (Stuttgart, 1892) de Krafft- Ebing o el Lehrbuch der Psychiatrie für Studirende und Ärzte (Leipzig und Wien, 1892) de Theodor Kirchhoff.

Dichas obras constituyen otras tantas referencias significativas para la última década del siglo XIX, o al menos fueron publicadas inmediatamente después de acabada la centuria. Así pues, a diferencia de lo que ocurrió a comienzos del siglo XIX, los psiquiatras sólo se aventuraron a tomar la palabra sobre el asunto de los fantasmas, sobre el examen y la interpretación de dicho fenómeno, con enorme prudencia. Creo que muchos psiquiatras del fin de siglo ignoraron conscientemente este fenómeno, pues no querían «contaminar» con él su ciencia psiquiátrica. Para ellos este fenómeno era propiamente acientífico, incluso inexistente, sin razón de ser, en el sentido más fuerte del término.
Frente a esta cautela de muchos expertos psiquiatras frente a los fenómenos ocultistas, espiritistas y similares, así como frente al hecho de la presencia en la sociedad de un discurso prolífico —e imposible de pasar por alto— sobre este tema, planteo como aproximación a mi tesis la metáfora de dos «mundos paralelos». Esta metáfora describe la relación entre una opinión pública —en la que se incluyen no pocas disciplinas académicas, como por ejemplo la psicología o la filosofía— interesada por los fenómenos ocultos y suprasensibles, por un lado, y la psiquiatría, que se reconoce como representante de la medicina, por otro, si bien sería excesivamente limitado sostener que los círculos psiquiátricos y la opinión pública se comportaran como dos campos herméticamente cerrados, ya que existieron diversos puntos de contacto. A continuación expondré dos casos de las llamadas apariciones de fantasmas que reflejan este paralelismo.

Dos casos de apariciones de «fantasmas».

La revista Sphynx y el mundo bienaventurado del fantasma.

Comenzaré por un ejemplo tomado de la revista Sphynx, publicada en Munich entre 1886 y 1895, que presentó un manifiesto a los lectores en 1886.
Esta publicación cambió luego su nombre por el de Metaphysische Rundschau (Revista metafísica). Tenía como subtítulo «revista mensual sobre la vida del alma y del espíritu». Es de justicia reconocer el aspecto extraordinariamente serio de esta publicación. La revista concedía un espacio importante al renacimiento del ocultismo en la Alemania de las postrimerías del siglo XIX. Habría sido fundada, citando un texto del editor (1888), «para dar cuenta de hechos suprasensibles (…) sin ignorarlos de manera perezosa y cobarde». En la revista se publicaban recensiones de monografías psicológicas y parapsicológicas, se presentaban sociedades espiritistas y psicológicas, como por ejemplo el programa de la «Gesellschaft für Experimental- Psychologie zu Berlin» o la «Society for Psychical Research» de Londres.
También se promovían discusiones sobre ocultismo y ciencias ocultas y se informaba sobre la actualidad de la investigación, por ejemplo sobre la «clarividencia hipnótica» o sobre la «transmisión suprasensible del pensamiento». También se ofrecían al lector, en breves artículos, los aspectos más relevantes de la obra de médicos célebres, como Justinus Kerner, Jean-Martin Charcot o Auguste Ambroise Liebéault. La parte más importante de la revista reposaba sobre conocidos psicólogos y filósofos, pero también sobre historiadores, por ejemplo Max Dessoir, hombre dotado de múltiples intereses y capacidades, médico y experto en el tema de la hipnosis. Eduard von Hartmann, Carl du Prel, Karl Kiesewetter, Ernst Haeckel y Lazar von Hellenbach colaboraron también frecuentemente en esta revista y pertenecieron a este círculo.

El editor de la revista, el teósofo Hübbe-Schleiden, escribió en el primer número en «Invitación y prólogo» (1886):

«La investigación de lo suprasensible en todos los aspectos de la vida cultural del presente ofrece materia a los físicos y a los médicos, a los psicólogos y a los antropólogos, al historiador de la cultura y al orientalista, en especial al indólogo, al político social y al filántropo, al místico, llámese espiritista o teósofo, pero sobre todo al filósofo. Todos ellos, a causa de sus intereses intelectuales, pueden colaborar en el crecimiento de esta revista; y nosotros les invitamos a que se nos unan y nos ayuden en la resolución de estos grandes enigmas: ¡el ser humano y el mundo!».

Esta enumeración de disciplinas académicas se corresponde verdaderamente con el estilo científico de la revista, aunque, como mostrará lo que sigue mediante ejemplos representativos, también los legos y los lectores interesados colaboraron en ella.

El ejemplo elegido está sacado del segundo semestre del segundo año de la revista (1887). Christian Jörgensen, identificado como aparcero en Törsbüll (Isla de Alsen), al norte de Schleschwig, envía un informe bajo el título «La vaca roja de Atzerballigholz», a partir de un suceso del que él mismo fue protagonista, subtitulado en la revista: «Supuesta causalidad suprasensible en un fenómeno de fantasmas».

Se relata cómo en febrero de 1882 se escuchó en la granja de una familia campesina ruido de golpes de origen errático e inexplicable, y que parecían imitar las campanadas del reloj de la casa. Se observó que era posible comunicarse con el fenómeno, pues, por ejemplo, al dirigirle la palabra se repetían los golpes. La cama de uno de los niños se movió sin que pudiera encontrarse la causa. «Pero el fenómeno invisible era audible, y tan cercano de ambos lados de la luz que dirigíamos hacia él que deberíamos haber podido asirlo con las manos». Fin provisional de la descripción del fenómeno.

El redactor de Sphynx que presenta el informe añade que en la época del comienzo de los golpes el campesino había adquirido una vaca de pelo rojo, por más que, años antes, al adquirir las tierras, alguien le había dicho que allí no podía haber vacas rojas, aunque sin explicarle los motivos. Tras comunicar esta circunstancia el campesino volvió a vender la vaca, tras de lo cual los fenómenos, observados por muchos testigos, dejaron de producirse.
El editor de la revista explicó, a este respecto, a los lectores de Sphynx que, según el pastor de la comunidad local no podía decirse nada negativo de Jörgensen; que le consideraba digno de crédito y que él mismo no ponía en duda el fenómeno descrito. A continuación el editor ofrecía sus páginas a la correspondencia de los lectores. Insistía en que «las personas con buena formación » debían «tomar en consideración» la existencia de los fenómenos descritos. Remitiéndose al estrato social al que pertenecía el protagonista, se señalaba que una vaca roja era, para un campesino, algo al menos tan importante como un tesoro enterrado para el propietario de un castillo. Este sería un argumento más para no apresurarse a pasar por alto la historia de forma precipitada.
A continuación se formula una hipótesis: que el anterior propietario de la granja, a causa, por ejemplo, de un accidente, hubiera podido recibir algún daño de una vaca roja, y por ello hubiera desarrollado un fuerte rechazo hacia las vacas de pelo rojo. A consecuencia de ello «su alma quedó ligada al juramento: ‘¡en este lugar no debe volver a entrar una vaca roja’. Murió, y su alma permaneció presa de este juramento (…) Cuando, contrariando este juramento, una nueva vaca roja llegó al lugar, [su alma] no encontró el descanso hasta que consiguió alejarla; a partir de este momento no tuvo motivo para seguir anunciándose». Hasta aquí la interpretación del editor de la revista Sphynx. Pasemos al otro ejemplo.

El fantasma de Resau y el público especializado.

Este segundo ejemplo puede exponerse de forma algo más sucinta, pues en la bibliografía secundaria se encuentran, aquí y allá, referencias sobre él. El fantasma de Resau, un pequeño lugar entre Bliesendorf y Lehnin, no lejos de Potsdam y Berlín, se manifestó a finales de 1888 y tuvo ocupado al público en general a través de detallados informes en los periódicos berlineses. En el caso del fantasma sobre el que informó Karl Wolter, mozo de cuadra de 15 años, también entra en escena en primer término el sonido de golpes; luego, ropas y alimentos vuelan a través del edificio, llegando a romperse algunos pedazos de los últimos. Los «videntes de fantasmas» berlineses viajaron hasta el lugar para estudiar el fenómeno.
A pesar de los testimonios del pastor de Bliesendorf, un cierto Dr. Müller, que habría descrito los sorprendentes vuelos de objetos, el mozo fue citado a declarar por la policía en el marco de una causa judicial bajo el cargo de pretender burlarse del público. Los expertos llegaron a la conclusión de que el fantasma era una hipótesis científicamente inadmisible, y los guardianes del orden del tribunal de regidores de Werder castigaron al joven con una pena de seis semanas de calabozo por daños a la propiedad y desorden grave. En los varios recursos presentados ante el juzgado de lo penal de Potsdam la sentencia se mantuvo firme. Está claro que los hechos se interpretaron de manera tendenciosa, y que se pretendió que el proceso representara una lección para el público.

Hay que señalar que el defensor del mozo intentó, en el curso de una de las apelaciones, presentar a Karl Wolter como médium. Esto representaba apoyarse en el discurso científico de su época, y muestra que el defensor era un profesional del derecho curtido y creativo, que podía situarse a la altura de las polémicas médicas del momento. Con todo, el tribunal no aceptó esta argumentación. A ojos de los expertos, Wolter quedó como auténtico «productor» del «fantasma», y en consecuencia, como autor de un engaño.

No podemos pasar por alto un detalle picante: el procesado llegó a ser tan conocido en el ambiente berlinés que, después de cumplir su condena, se ganó la vida como artista de variedades en el hasta hoy conocido Wintergarten. Y su abogado tuvo que llevar en adelante, en cierto modo colgado del cuello, a Karl Wolter, el mozo que decía haber visto al fantasma. Del mismo modo, la casa del fantasma de Resau ha seguido siendo uno de los objetivos turísticos de la comunidad de Brandeburgo, antaño discreta en lo que toca a tales atracciones. ¿Cómo podemos interpretar ambos casos?

El primer ejemplo, procedente de la revista Sphynx, nos permite lanzar una mirada al interior de un circulo interesado en el ocultismo a finales del siglo XIX, donde tienen lugar extensas discusiones temáticas en las que entran en juego diferentes disciplinas científicas y sus actores, que en todo caso se sostienen sin la participación de médicos, o al menos de psiquiatras. En las discusiones publicadas en este medio participaron también los lectores no profesionales interesados en estos aspectos de la ciencia. Un concepto todavía premoderno, vinculado a la cultura rural26, parece al fin asumido a través del tratamiento dado a estos fenómenos por los editores de la revista. Los editores criticaban la posición materialista de la medicina académica, que se cerraba a todo lo que denominaban «hechos suprasensibles». No hay que pasar por alto el dato de que asociaciones y revistas del ramo de Sphinx constituían también un ambiente protegido frente a la influencia del Estado.
Además, como deja claro un trabajo breve publicado en Sphinx en 1888, se esperaba que, en el marco de las investigaciones llevadas a cabo en el seno de una asociación, llegarían a definirse en este órgano «fenómenos notables e inhabituales», como manifestaciones místicas, mágicas y ocultistas, así como a producirse críticas académicas, división de los campos de trabajo y aproximaciones interdisciplinares al tema objeto de interés. A esto se añadía que gracias a una asociación semejante sería más fácil conseguir sujetos de experimentación.
Entre los lectores, las manifestaciones «extrañas», como por ejemplo el fenómeno fantasmal del ruido de golpes, apenas resultaban algo en verdad extraño, motivo por el cual no había lugar a establecer un contacto con la medicina o con la psiquiatría. El autor de la historia de la vaca roja era considerado sin duda alguna sano, en modo alguno enfermo. Desde luego, ser considerado un paciente sería lo último que pretendería Christian Jörgensen, quien dio a conocer el caso de la vaca roja. Y si consideramos uno de los hallazgos fundamentales de la reciente investigación de Corinna Treitel sobre el período entre el final del siglo XIX y 192030, podría discutirse si el ocultismo no debe ser considerado más bien como la posibilidad de hallarse ante una «crisis de la modernidad». El editor de la revista, así como sus agradecidos lectores, serían pues, según Treitel, no «antimodernos» o «anticientíficos», sino representantes de una forma específica de adaptación a esta modernidad.

El segundo ejemplo citado en este trabajo describe una situación en la que un fenómeno tildado de charlatanería por muchos psiquiatras del final del siglo XIX tuvo ocupado al público lector de una región. Y en el caso de la metrópoli prusiana no se trata de una región cualquiera, sobre todo si uno llega a representarse el eco en torno a esta situación sobre el fondo del inhabitualmente florido panorama de la prensa en aquel momento y en aquel lugar, lo que no resulta fácil para una consideración actual de los hechos.

En aquella época los expertos se vieron, y por buenas razones, en la obligación de tomar postura frente al fenómeno del fantasma de Resau, acerca del cual la psiquiatría de su época prefirió callar, o al menos dejarlo en la sombra. Después del «giro neurológico» del siglo XIX, y al contrario de lo que antes sucedía, se intentó comprender experimentalmente y explicar teóricamente los fenómenos psiquiátricamente relevantes. Este desarrollo fue general y se puede seguir incluso en la arquitectura de las instituciones psiquiátricas. En el marco de una imagen racionalista del mundo no había un lugar, en el mundo de la psiquiatría, para fenómenos suprasensibles u ocultistas como los que hoy nos ocupan. Al contrario de lo que ocurrió en la primera mitad del siglo XIX, muchos psiquiatras académicos establecieron entre los médicos una estrategia doble: por una parte se ignoraban los fenómenos ocultos y suprasensibles, de manera que o simplemente se pasaban por alto, o mediante la acusación de fraude, como en el caso del fantasma de Resau, se intentaba sacarlos del dominio de la realidad. Por otra parte se desestimaba opinar sobre semejantes fenómenos porque una ciencia no podía «contaminarse» con tales cosas, ni dejarse ver asociada a ellas en un momento en el que estaba en cuestión su estatuto científico, esforzadamente conquistado. También debe recordarse que la psiquiatría, como disciplina in statu nascendi, y no sólo en el ámbito alemán, contaba aún con críticos poderosos. Las acusaciones se centraban, por un lado, en el monopolio de la interpretación reclamado por la psiquiatría, y por otro en la manera de institucionalizar a los pacientes. Abrir un nuevo frente con ardientes debates sobre el ocultismo no era algo que pudiera interesar a los estrategas de este colectivo en una perspectiva socioprofesional. Lo que se encontraba en el fondo de esta hojarasca de intereses de la «medicina científica» era algo que había que negociar, como desvela la historia de la terapéutica:

Demarcando los derechos de propiedad.

Acerca de las estrategias de negociación para demarcar los derechos de propiedad de la psiquiatría frente a otros grupos profesionales hay que tomar en consideración, aunque sea de manera sumaria, lo siguiente: por una parte los métodos terapéuticos desarrollados por la medicina no profesional o por la medicina popular fueron frecuentemente aplicados por los médicos del siglo XIX cuando ofrecían buenos resultados. Pero, por otra parte, estas terapéuticas y procedimientos curativos, incluso cuando eran aplicados por médicos, cayeron en descrédito al ser situados, con fines difamatorios, en el dominio de la medicina no profesional, hasta llegarse a su prohibición en el marco de la ley. Entre los datos de la investigación sobre la superstición en los siglos XVIII y XIX se encuentran, según Breil et al. los tres puntos siguientes:

  1. El desdén hacia la superstición, en particular en una perspectiva aconfesional, fue un instrumento importante para los médicos con el fin de asegurar sus propios valores científicos y médicos, y de ese modo apuntalar el proceso contemporáneo de medicalización.
  2. Las tendencias pre y antiilustradas pueden detectarse por lo menos hasta el siglo XIX. La Ilustración se impuso lentamente.

Resulta interesante el intercambio de pareceres entre la opinión pública y el discurso experto de los psiquiatras, sobre todo cuando, como en el caso del «fantasma de Resau», los psiquiatras no pudieron ignorar la presencia de fenómenos suprasensibles a causa de la intervención policial, el eco del caso en la prensa y otras formas de publicidad. Esto para empezar.
Y para continuar, las tomas de posición de los expertos psiquiatras se muestran muy ricas en matices. Hay por lo menos tres posturas en juego:

  1. Hay médicos y psicólogos que se sitúan en la línea de Wilhelm Wundt como oponentes perpetuos a la credulidad en fenómenos parapsíquicos, suprasensibles y ocultos. En este grupo puede quizá contarse al médico berlinés, más conocido como científico sexual, Albert Moll (1862- 1929), quien se comportó como feroz opositor no sólo del psicoanálisis, sino también, por ejemplo, de la aceptación de la telepatía, y que aplicó a muchos fenómenos ocultos los conceptos de fraude, embuste, alucinación, locura religiosa o autosugestión. Moll intentó explicar los fenómenos ocultos de manera «mecánica». En este marco llegó a introducirse la noción de una supuesta «corriente» cultural ciudad-campo, con ayuda de la cual la fe en semejantes fenómenos se asociaba al estereotipo de la ingenuidad de las gentes del medio rural; un tópico tan frecuente como dudoso, no sólo en aquel tiempo. También para el período de investigación objeto de este trabajo es necesario tomar distancia ante una clara separación entre «cultura popular» y «cultura de las elites».
  2. Un segundo grupo se caracteriza por su clara ambivalencia ante este tipo de fenómenos. Distintos expertos de este grupo se manifiestan, con toda reserva, favorables a una investigación intensiva de los fenómenos paranormales o suprasensibles, y no descalifican, en el marco de sus auténticos intereses intelectuales, de corte positivista, la posibilidad de futuras pruebas de la existencia de semejantes fenómenos.
  3. Finalmente, un tercer grupo se caracteriza por una cierta identificación con la noción de la existencia de fenómenos paranormales. Su más conocido representante fue probablemente el hipnotizador de Thomas
    Mann, el conde Schrenck-Notzing.

En el caso del extenso proceso sobre el fantasma de Resau llama la atención que en muchos pasos del juicio y de sus revisiones los médicos apenas tomaran parte activa. El citado Alfred Moll se pronunció contra la idea de emitir una opinión, y esta cuestión dividió luego a los miembros de la Gesellschaft für Experimental-Psychologie, sita en Berlín, a la que Moll pertenecía.
El tribunal de un lado, así como parte de la población de otro, y también periódicos satíricos como el Kladderadatsch, polemizaron contra la pretensión de recurrir a expertos, científicos o «visionarios de espectros, psicólogos y espiritistas» para el esclarecimiento del caso del fantasma. Esto, por otra parte, no hizo sino reforzar la actitud de los médicos que pensaban como Moll.

La sumaria exposición de un último episodio procedente de la Primera Guerra Mundial nos muestra, deslindándolo de lo ya descrito, que en los tratados de psiquiatría empezaba a haber lugar, de forma patente, para la descripción de apariciones o espíritus, por ejemplo bajo la forma de apariciones religiosas. El catedrático de Neurología y Psiquiatría de Heidelberg Karl Wilmanns utilizó en la formación de estudiantes de medicina muchas historias de pacientes cuidadosamente elaboradas que había recogido durante sus estancias semanales en Karlsruhe y en otros hospitales militares de Baden en el curso de la Primera Guerra Mundial. En una de estas ocasiones encontró Wilmans la historia de un joven soldado que «habiendo quedado sepultado durante el combate de Verdun fue precipitadamente desenterrado por sus camaradas, y declaró que respiraba todavía, aunque no podía ver». Fue llevado al hospital de sangre, donde fue inspeccionado médicamente a la mañana siguiente. Cuando a la noche siguiente se despertó, dijo: «Puedo ver de nuevo, y he visto a la Virgen María». Es decir, informó de una aparición religiosa.
Este apunte fue utilizado frecuentemente por Wilmanns en la enseñanza de la Psiquiatría para mostrar que no sólo las mujeres pueden enfermar de histeria, sino también los hombres. El nombre del paciente era Adolf Hitler.
Este espacio para la descripción de apariciones o espíritus pudo mantenerse sin dificultad, pues estos fenómenos salían ahora a escena asociados a una categoría nosológica definida; por ejemplo, en el marco de un delirio, de una alucinación, o bajo la forma de la denominada mentira patológica. Así, el paciente psicótico, cuya enfermedad ya había sido psiquiátricamente categorizada «tenía derecho» a manifestar síntomas como la aparición de fantasmas, que ya no podían ser cuestionados en tanto que subordinados al sistema explicativo de la Psiquiatría misma.
No resulta sorprendente que en un entorno como éste las descripciones de apariciones de espíritus, como excepción a la regla, se convirtieran frecuentemente en aportaciones casuísticas, en casos ejemplares, teniendo sólo en cuenta el aspecto formal de la presentación. No sólo en la era de la sedicente bed-side teaching ha sido la presentación de casos el método didáctico más apreciado por los autores de tratados y los docentes en Medicina. Particularmente cuando puede disponerse de un paciente vivo, con las limitaciones inherentes al caso de la anatomía patológica, la enumeración de los hallazgos, el comentario de la historia clínica, la discusión, e incluso la provocación de los síntomas (piénsese en las descripciones de las pacientes de Jean-Martin Charcot, a las que él mismo provocaba los síntomas de la enfermedad de Parkinson), y no en último lugar la inspección corporal completa, sugieren la producción de un espacio científico. La presencia de renombrados expertos, sus discusiones y la correspondiente capacitación para el juicio sobre problemas científicos tuvo como resultado la producción de una «verdad» médica, cuya naturaleza se equiparó a la de un hecho.

En resumen, parece obvio que la discusión en torno a la comprobación experimental de la aparición de fantasmas y espíritus no terminó en modo alguno a comienzos del siglo XX, ni con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Muchos de los temas brevemente tratados aquí pueden identificarse en los debates sobre la «crisis de la modernidad» o la «crisis de la medicina» en el curso de los años 20 del pasado siglo. En el contexto alemán este estudio debería completarse, junto a una serie de líneas de continuidad, con una derivación hacia el nacionalsocialismo. Para que el ocultismo tuviera un papel en el nacionalsocialismo bastaba con que se aceptaran las conexiones ocultas del mundo. Y las teorías ocultistas alcanzaron por ello una gran importancia, pues conducían «a la fundación de sociedades secretas y órdenes pseudorreligiosas con intenciones políticas».

Ya en 1919 insinuaba Max Weber que, según su propia concepción, el discutido fenómeno del ocultismo apuntaba a la misma fuente que la parte de la modernidad y sus movimientos que se tenían a sí mismos por estrictamente científicos. La búsqueda de lo oculto, aún en el siglo XX, sería como una especie de intento de compensación de los contemporáneos, casi una consecuencia del «desencantamiento» del mundo por la ciencia estrictamente racional, o bien un impulso antimaterialista frente al materialismo en el que se encontraban también la ciencia y la medicina de la época.